Rumores de
esperanza, canciones lejanas,
sábanas de
amor entre rayos de luna,
temblores del
cielo abrazando sonrisas.
Momentos de
quietud envueltos en calor,
medianoche
diciendo adiós con suavidad
bañando con
colores el alba.
Quiero volver
a ese momento
entre la
realidad y los sueños,
dejar el
tiempo flotando entre nubes,
perseguir tu
boca y atraparla con ternura.
Quiero
llevarte desde la distancia
el aire fresco
de un amanecer,
a veces lo que
quiero está lejos,
dormido entre
los brazos de la noche.
En este poema
“Rumores” intento transmitir esa atmósfera que
necesito para dedicarme al no hacer absolutamente nada, a la
desconexión. Extender esos instantes envueltos en silencio, sin ningún fin en
particular para obsequiarme con un momento de relajación.
Tener la
claridad y la voluntad necesarias para bajarte de la ola y penetrar en ese
delicioso estado del no-hacer, sin objetivos pre-establecidos, sin expectativas
ni demandas de requisitos, en fin, tener la habilidad de disfrutar de los
pequeños placeres. Esas pequeñas dosis son las que nos permiten tener una
sensación más duradera de plenitud y satisfacción
El recurso de
la relajación es una herramienta que nos permite aislarnos de la dinámica
contemporánea, esa que nos exige y que induce a nuestro sistema nervioso a
estados poco deseables como el “estrés”.
Por eso
procurar entornos naturales, como un bosque, la montaña o la playa, son
contextos que nos favorecen a tener ritmos orgánicamente ajenos a la vorágine
de estímulos que llamamos cotidianidad, la del mundo en que vivimos,
compulsivo, urgente, limitado por el tiempo, que nos aleja distraídamente de
las fuentes más hermosas y sencillas del gozo.
Es fundamental
regalarle a nuestro cerebro momentos de relajación total, aislarlo del
vertiginoso intercambio de información y cultivar la simpleza como modo de
colocarlo en un estado de no-hacer, eludiendo cualquier tipo de flujo
informativo al que estamos expuestos permanentemente.
Cuanto antes
hay que sacudirse esa falsa verdad de que todo el tiempo se tiene que estar
haciendo algo, y entregarse a la nada, ni siquiera a las actividades de
esparcimiento, no tener miedo a perder el tiempo porque ese será un tiempo
aprendido, no malgastado.
Dar privilegio
al simplemente ser sobre el hacer, sincronizar la respiración y simplemente
observar sin intervenir, porque la necesidad de estar ocupados y de vivir en un
estado de productividad compulsiva son el drama crucial de la existencia
moderna.
Liberarte
de las ataduras de la vida moderna puede llevarte mucho más a disfrutar de tu
existencia, esto implica un entendimiento superior, capaz de transformar nuestra
relación con el mundo.
Begoña Pombar
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