No me había dado cuenta
que mi corazón ya no latía,
creía que aún amaba
pero frío lo tenía.
Tanto tiempo estando sola,
tantos días sin esperanzas,
sin saber que desde hace tiempo
como una paloma, voló.
Marchitas están las flores,
tristes días sin amor,
no hay lágrimas que lloren,
ni suspiros, ni dolor.
Solo algo que se acaba
sin saber cuando acabó.
No hay culpables ni inocentes
ni jueces que lo declaren,
queda un corazón vacío
que sangra decepcionado.
Este poema se refiere a esa relación de pareja en la
que hace tiempo dejó de valer la pena, algo por lo que antes luchábamos y ahora
dejamos de insistir.
Se acaban las ganas de seguir echando leña a un
fuego que ya no da calor, en una mirada que ya no envuelve, en abrazos que no
nos atrapan.
Lo que se termina no es el amor, porque al fin y al
cabo nadie deja de querer de un día para otro, sino la paciencia. Al final nos
cansamos de insistir, se desvanecen las ilusiones y solo quedan las brasas de
nuestra dignidad que recogemos a pedazos sabiendo que ese ya no es nuestro
lugar.
Reconocemos que todo ha terminado y no hay nada que
hacer y lo que queda es un sentimiento incrustado en nuestro interior porque
acabamos de descubrir que no somos amados o somos “mal amados”.
Tenemos que procesar, aceptar la ausencia del ser
amado y asimilar la nueva situación sin rencores ni resentimientos y sin rabia.
Aunque al principio nos costará, es el momento ideal
para insistir en “nosotros” y de nutrirnos con nuevas ilusiones y alimentarnos
con esperanzas. Esto exige que persistamos en nuestro propio ser, encontrando
esa frecuencia de armonía perfecta entre nostalgia y dignidad para seguir
adelante y permitirnos hacerlo con la cabeza alta.
Begoña Pombar
Begoña Pombar
No hay comentarios:
Publicar un comentario